Recuerdo aquellas tardes de cristal que mimábamos con delicadeza exquisita; y que apuramos hasta agotar la última molécula de tiempo que su lisa superficie dejaba deslizar en libertad. Fueron tardes de azul y sal; de recodos y umbríos tabucos que iluminábamos con nuestras almas prendidas de luz tras un largo letargo que se abre y cierra como si de paréntesis de nuestras vidas se tratase.
Aquellas tardes encerraron en paredes transparentes los lotes de sentimientos que se desgajaban de nosotros mismos. Tardes convertidas en celdas. En urnas de cristal de roca que aprisionaron jirones de nuestras almas, y que lanzamos al cauce del Tiempo con la esperanza de un futuro reencuentro.
Y mientras nuestras tardes de cristal viajan hacia un futuro incierto, nosotros nos plisamos rendidos ante una realidad que se nos antoja incierta, a ratos.
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