Paseando
por la playa de mi juventud tuve a bien bautizar con su nombre
aquella duna que ocultaba, majestuosa, al sol naciente. Sé que
Helios sobrepasará indiferente ese enorme montón de arena, de igual
manera que un Eolo indolente la barrerá de la mano del mismo Cronos
que observó su creación. Otras dunas ocuparán su lugar, otras
darán formas antojadizas a aquella playa que muda me observaba
arrastrando logros y derrotas azules, pero la que distinguí con su
nombre se habrá ido para siempre, como se fue Ella, llevándose
jirones de mi, todavía, adolescente corazón. ¿Dónde van las almas
de las dunas con nombres? ¿Dónde los sentimientos lacerados de
nuestros corazones juveniles? ¿Y dónde se escondió aquel amor
infinito que nos conmovió hasta hacernos llorar lágrimas de miel?
Sin
desearlo veo pasar la vida como el caudal de un río, solo nosotros
al igual que su cauce, permanecemos como testigos de aquellas aguas
que no han de volver a pasar, y atesoramos aquellos coloridos lienzos
ya diluidos en la nada para acariciarlos de tanto en tanto con
nuestro aliento en declive. Por eso Cronos se ríe y por eso yo
enmascaro mis sentimientos ante él.
Mañana
bautizaré otra duna con su nombre.