La
caricia suave del tomillo y la manzanilla abren ese túnel
dimensional que me transporta a un tiempo lejano donde, prisionero
del bullicio juvenil, era protagonista de una soledad dulce, profunda
y de un espacio libertador infinito. El calor del sol, pesado como
entonces, aporta la energía necesaria para activar ese túnel íntimo
y confortador que reconcilian un cuerpo maduro de vida y emociones
con un alma eternamente joven y ávida de nuevas experiencias; un
cuerpo pegado a un presente de subjetiva realidad y un alma presa de
los atávicos placeres que encierra la nostalgia de un deseo de
apocatástasis.
Sin
embargo, la injusta disyuntiva entre alma y materia transcurre
embebida en la autopista que Cronos extiende a modo de alfombra bajo
nuestros pies de arcilla. Y la distorsión a modo de un tornado
selectivo nos muestra un ayer de azúcar con la complicidad de una
pícara Mnemósine, que sonríe mientras oculta en su arca de éter
la Verdad de la que nosotros apenas si rozamos algunos jirones tan
irreales como nuestros sueños.
Puede
que mirar atrás sea un error, pero a veces el pasado actúa como la
fresca sombra del algarrobo que mitiga los rigores del sol estival de
medio día; y las luces filtradas por Mnemósine, que nos llegan del
pasado, no podemos evitar sentirlas como agua fresca y cristalina del
arroyo junto al algarrobo, bajo el cual, nuestra materia exonera de
culpa el ansia viajera del alma.